No hay más Aleph que el que es, no hay más Aleph que el que era, no hay más Aleph que el que viene. Verdadero es su nombre. Ni el oro de la mañana ni la plata de la tarde se le parecen, pues su rostro es misterioso y nadie contempla su cara.
En vano buscarás en las alturas, en vano buscarás en las profundidades, porque el secreto del Rey está escondido en el corazón; está escondido en las profundidades del alma, y se conoce en la noche. Arroja tu polvo a las estrellas y siembra tu esperanza en el firmamento; ahí está su obra.
El Santo de los días, el Anciano de los siglos se revela en la luz de la luz, en la belleza de su rostro. Sin retroceder, caminando día y noche, avanzando como un buey a su yugo; antes de que la alondra cante por la mañana, Aleph hará brillar su rostro sobre ti.
Los santos son criaturas divinas de diferentes categorías: Ángeles y Arcángeles, Querubines y Serafines, Patriarcas y Matriarcas, Profetas y Mártires, Apóstoles y Evangelistas, Laicos y Sacerdotes comprometidos, Obispos y Papas, Héroes y Heroínas de la fe, Vírgenes y Doctores de la Iglesia, Beatificados del Señor...
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