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Novena muy poderosa a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro para pedir gracias

Modificado : sáb 13 nov 2021 a. m. a. m.4 08:56 (UTC +1)

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Primer día:

Oh Madre del Perpetuo Socorro, ¡cómo me gusta venir a rezar a los pies de tu imagen milagrosa! Siempre despierta en mi alma los sentimientos de la más viva y filial confianza. En tus brazos veo a Jesús, mi Salvador y mi Dios. Él es el Todopoderoso, el Maestro absoluto de la vida y de la muerte, el dispensador soberano de todo bien y de toda gracia. ¡Y tú eres su madre! Por lo tanto, tienes todo el derecho a pedírselo y todo el derecho a que te lo concedan. Ha demostrado, además, que no sabe ni quiere negarle nada.

Por eso me dirijo a tu intercesión todopoderosa, oh Madre de Jesús, y te ruego que me concedas la gracia... (Nombra aquí las intenciones de la novena). Te rezaré con confianza, seguro de que tú rezarás por mí.

Padre nuestro..., Ave María..., Gloria al Padre... y recuérdalo.

Segundo día:

Oh Madre del Perpetuo Socorro, en este Jesús tembloroso que sostienes contra tu corazón, ves no sólo al Hijo de Dios, tu Hijo, sino a todos los hombres, que se han convertido, por voluntad de Dios, y por tu aceptación, en tus verdaderos hijos. No olvidas la escena del Calvario, donde, por sustitución divina, tu Jesús expirante te pidió que lo encontraras en cada uno de nosotros. Este Jesús, pues, que corre a arrojarse en tus brazos, asustado por la perspectiva de la cruz, y que busca tu defensa y tu consuelo, es toda alma que sufre, es mi alma que viene en este momento a hacer valer sus derechos a tu ternura y a tu protección.

Oh Madre mía, con esta sencillez filial, vengo a decirte lo feliz que soy por ser tu hijo, lo grande que es mi amor por ti. Yo también vengo a decirte mi petición; tú lo sabes: oh Madre, respóndeme.

Padre nuestro... Ave María..., Gloria al Padre... y recuérdalo.

Tercer día:

Oh Madre del Perpetuo Socorro, sí, me encanta contemplar tu bendita imagen. Me habla con elocuencia de toda su grandeza. Veo inscrito en él tu glorioso título de Madre de Dios. Veo allí al Arcángel Gabriel, el embajador divino que te saludó "lleno de gracia". Veo al Arcángel San Miguel, cuya presencia nos recuerda que tú mandas la milicia celestial. En tu mano tienes al Rey de reyes. Todo esto me dice de nuevo que eres la Mujer Bendita entre todas, el ornamento más hermoso del universo, la única criatura juzgada digna de convertirse en la Madre del Verbo Encarnado. Eres la Inmaculada, la Santísima, la obra maestra del Altísimo, el abismo de toda perfección. Eres la Reina de la tierra y del cielo.

¡Oh, madre admirable! Me complace proclamar tu santidad y tus glorias. Lejos de asustarme, su incomparable grandeza no hace sino aumentar mi confianza. Si Dios te ha hecho tan santo y poderoso, es para nuestra salvación, y si te alegras de tus privilegios divinos, es porque te permiten ayudarnos mejor. Oh Madre incomparable, concédeme la gracia que te pido de tu poder soberano.

Padre nuestro..., Ave María..., Gloria al Padre... y recuérdalo.

 

 

Cuarto día:

Oh Madre del Perpetuo Socorro, tu dulce imagen sonríe a nuestros corazones desterrados. Te presentas ante nosotros como el tallo sagrado en el que florece la Flor de toda pureza y virtud, tu Jesús. Ofrecido así por tus manos maternales, gana más dulcemente el amor de nuestros corazones. En tu frente veo brillar una estrella radiante. ¿No eres tú, de hecho, la "Estrella de la Mañana" que anunció el día de la salvación y la redención, prometiéndonos el día interminable de la bendita eternidad?

¿No eres tú la "Estrella del Mar" que irradia esperanza en medio de las tormentas más oscuras?

Oh, Madre amorosa, ¡con qué ligereza haces ligera la carga del deber y dulce el yugo de Jesucristo! También tu recuerdo trae alegría a mi corazón; sólo tu nombre trae paz a mi alma inquieta. Permíteme repetirte siempre: ¡Oh, Madre tan digna de ser amada, te amo! Por ti y contigo, amo a tu Divino Hijo. ¡Oh, nuestra esperanza, escúchame!

Padre nuestro..., Ave María..., Gloria al Padre... y recuérdalo.

Quinto día:

Oh Madre del Perpetuo Socorro, encuentro en tu santa imagen otra razón apremiante para esperar en tu bondad. Te muestras como la Madre de los Dolores. Es Jesús, crucificado en su corazón antes de ser crucificado en su carne, a quien abrazas en tus brazos. La dolorosa visión de los instrumentos de su pasión le hace estremecerse; tú sufres con él y éste ha sido el martirio de toda tu vida. Comprendo, pues, la excelencia de tus méritos, la realidad de tu título de redentor de los hombres y la omnipotencia de tu intercesión por la justicia divina.

Como tú, oh María, me solidarizo con los sufrimientos de tu hijo, y como él, me solidarizo con tus sufrimientos maternos. Mi compasión es tanto más aguda cuanto que fueron mis pecados los que, al atar a Jesús a la Cruz, torturaron tu alma amorosa. Hoy es en nombre de tus dolores que te rezo. Dame la contrición de mis pecados y el valor para evitarlos. Dígnate también aceptar favorablemente mi petición que te dirijo en esta novena.

Padre nuestro..., Ave María..., Gloria al Padre... y recuérdalo.

Sexto día:

Oh Madre del Perpetuo Socorro, tu conmovedora imagen me dice que has sufrido y padecido mucho. Porque eres buena y eres nuestra Madre, el sufrimiento te ha hecho compasiva con nuestras penas; tanto más, cuanto que nos has costado más, te somos más queridos. Esta compasión por nosotros la veo en tus ojos impregnados de una tierna misericordia, que se fija menos en tu Divino Hijo que en tus pobres hijos de la tierra. ¡Qué dulce es para el alma abrumada encontrarse con un corazón amigo que sabe compadecerse! Pero cuando ese corazón es el de una madre, y de una madre como tú, es el supremo consuelo de la vida.

A sus pies, por tanto, acabo de recuperar el valor. ¡Oh, madre compasiva! Estoy seguro de que no abandonará a su hijo. Escucha el grito de mi miseria, di a mi alma la palabra que consuele y concédeme el favor que imploro de tu bondad.

Padre nuestro..., Ave María..., Gloria al Padre... y recuérdalo.

 

Día siete:

Oh Madre del Perpetuo Socorro, a ti me dirijo, porque es a ti a quien debo pedir y tú debes responderme; tú eres la tesorera del Buen Dios, que quiere que toda la gracia pase por tus manos. Tu imagen me recuerda que eres la Madre de Jesús, la Madre de los Dolores, y que eres mi Madre. Madre de Jesús, dispón de sus méritos y de su corazón. Madre de los Dolores, tus sufrimientos, unidos a los de Jesús, han sido el tesoro de la Redención. Madre de los hombres, has aceptado la obligación de ayudarnos.

Sí, sé que un alma protegida por ti no puede ser abandonada por Dios ni perderse, y un alma fiel que te invoca está segura de tu protección. Por lo tanto, me dirijo a ti con seguridad. Obtén para mí la fidelidad a tu servicio, prenda de perseverancia y salvación; obtén también para mí el favor que, durante esta novena, pido a tu ternura maternal.

Padre nuestro..., Ave María..., Gloria al Padre... y recuérdalo.

Octavo día:

Oh Madre del Perpetuo Socorro, a veces un sentimiento de miedo invade mi alma. Es cierto que eres poderoso y bueno: sin embargo, cuando pienso en mi miseria, tiemblo, y hasta me encuentro con la osadía de dirigirme a ti e implorar tus favores. Pero tu dulce imagen parece decirme: "¡Confía, hija mía! ¿No soy yo la Madre de la Misericordia que no busca méritos para premiar sino males para curar? ¿No proclama mi título de Madre del Perpetuo Socorro que debo aliviar toda la miseria? "

Es por tanto a tu clemencia a la que apelo hoy, oh María; mi confianza descansa en tu bondad indulgente y compasiva. Te corresponde protegerme, ayudarme, consolarme.

Ave María..., Ave María..., Gloria al Padre... y recuérdalo.

Noveno día:

Oh Madre del Perpetuo Socorro, aquí estoy al final de esta novena en la que, cada día, he venido a postrarme a tus pies. Hoy más que nunca, mi súplica se eleva a ti, ardiente y confiada. No puedo dudarlo, has escuchado mi oración: me concederás o bien lo que pido, o bien una gracia aún más preciosa. Por tu Hijo, por tus dolores, por tu amor misericordioso, y sobre todo por tu título de Madre del Perpetuo Socorro, ¡escúchame! Oh sí, este título de Perpetuo Socorro me dice que puedo insistir, que puedo, que debo contar siempre con tu asistencia: en todas las horas de mi vida, en todas mis necesidades, en todos mis peligros, en todas mis penas, para todas las gracias que necesito.

Oh, Madre mía, mi confianza es tan grande que desde ahora te doy las gracias. Gracias por las gracias del pasado; gracias por las que espero de tu amor inagotable. Sí, te rezaré hasta mi último suspiro, esperando poder, en mi Cielo, amarte, alabarte y agradecerte eternamente. Que así sea.

Padre nuestro..., Ave María..., Gloria al Padre... y recuérdalo.

RECUERDA, oh Virgen misericordiosa, que nunca se ha tenido noticia de que ninguno de los que han recurrido a tu protección, implorado tu asistencia o pedido tu intercesión, haya sido abandonado. Movido por tal confianza, oh Virgen de las Vírgenes, oh Madre, vengo a ti, y gimiendo bajo el peso de mis pecados, me postro a tus pies. Oh Madre del Verbo Encarnado, no rechaces mis oraciones, sino escúchalas favorablemente y dígnate responderlas. Que así sea.

Letanías de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro

 

 

 

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